10 mar 2010

Alma de taco

Enrique era un buen muchacho mexicano que siempre cumplía con todas las normas y reglas que debía cumplir; gracias a su perseverancia y a un golpe de suerte pudo conseguir una beca para estudiar un posgrado en Administración turística en París en una reconocida universidad de la ciudad de la luz. La beca que consiguió cubría su billete de avión, el pago de sus cuotas académicas, un seguro de vida, y tal vez un croissant.

A Enrique le encantaba su nueva aventura, pero siempre echaba de menos a su hogar, a su gente como él decía; así se pasaba los días entre abismos: entregarse de lleno a sus estudios y a las nuevas experiencias que iba viviendo, o extrañar sus costumbres.

Cuanto más se divertía más anhelaba sus viejas tradiciones. Y así fue como poco a poco y sin darse cuenta se iba acabando su experiencia internacional. Llegaba el momento de regresarse a México. Y Llegado este momento se despidió de todo lo que había conocido y de todos a los que había conocido.

Su viaje de regreso transcurrió entre las típicas bolsas de aire, la insufrible compañera gorda de asiento, el paisano que escupía vituperios contra las aeromozas porque no le servían más bebidas - ¡Chingados! Si pa’ eso pago ¡Sírvale!- etc.

Una vez aterrizado el avión, estiro las piernas y se bajo de éste, ubicó su maleta, tomó un taxi, vio a su familia y amigos que lo esperaban; tenía un reencuentro existencial.

Pasaron los días, los meses y los años, y siempre pensaba que pudo haber disfrutado más, conocido más lugares, más museos; más y más, ese era su pensamiento cotidiano mientras disfrutaba de su ri-co-ta-co-de-car-ni-tas.

Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario